VOLUMEN IV (2007) C.F.A - plan z - cicatriz - griz


David Ponce (periodista) comento en Wiken del Mercurio:

Griz viene avanzando de a poco como una banda de pueblo que se empieza a escuchar a medida que se acerca, a paso lento; primero se distingue a lo lejos un ritmo de batería, luego el eco del bajo y la guitarra en los más de tres minutos que se demoran en llegar, de modo que cuando ya están aquí no queda tiempo para escapatoria: entonces el grupo se planta y desenfunda la descarga metalera que trae guardada y no queda mono con cabeza. Así empieza Volumen IV, que es el quinto disco de este trío chileno, uno de los más creativos y prolíficos grupos disparados en una evolución propia a partir del punk y el metal de los ’90. Si el punk o el metal se ponen predecibles, Griz vuelve a sorprender siempre, con herramientas como el contraste entre contención y brutalidad, la irrupción de partes inesperadas en las canciones (la más larga de estas dura seis minutos 48 y tiene más movimientos que una sinfonía) y su capacidad constante para romperse las manos hasta sangrar para sacar de las entrañas del metal algo tan inesperado como eso que llaman melodía. Mineros del rock. De ese modo toca Roberto Oyarzún, que maneja cada vez mejor el ritmo y la melodía en las cuerdas de su guitarra, mientras Cristián Vásquez no deja en paz nunca los tambores de la batería y lleva a menudo al grupo a internarse en compases de ritmo irregular que aumentan el atractivo de este ruido.El nuevo bajista es Alejandro Stephens, incorporado este año en el sitio de Jaime Martínez, y juega un rol central al apuntalar el tramado que arma el guitarrista y trasponerlo en otras direcciones, o al delinear en la segunda de estas canciones un bajo sinuoso que logra hacer mover el pie y la cabeza en un efecto cercano a la cámara lenta: meritorio para una composición sin letra ni título, como todas las de este disco y como todas las que Griz ha tocado y grabado desde que empezó a tocar, en 1998. Son contados los grupos que con ingredientes tan rudos y pocos logran hacer música con distinción. Yajaira era uno y se acabó este año. Griz es otro y está disponible. En Volumen IV suenan metaleros o hipnóticos por igual, y en la primera de estas canciones hasta se puede imaginar la melodía de "La conquistada", de Los Jaivas. Pero esa debe ser una alucinación chilena.


Critica de Ricardo Guzmán (Periodista)

Griz se reserva el derecho de admisión. Como un antro clandestino al que no entras si no averiguas la contraseña, esta es una banda que obliga al auditor a tomarse la molestia. Así, antes de dejarse caer con murallas de riffs, abren con un largo fade in que reclama atención e invita a bajar la guardia. El golpe es certero.
En 30 intensos minutos, el trío hace a un lado la palabra para entregar cinco tracks instrumentales sin título. Parece haber una voluntad de no intervenir la forma con que los temas se adhieren a la memoria o el raciocinio de quien escucha. Un acto creativo inconcluso que se finiquita en la reciprocidad.
Los temas son violentos, hay metal y disonancia intercalándose con remansos donde emergen ideas más melódicas, pero siempre oscuras. El disco suena duro y a la vez cálido, con guitarras pastosas y muy bien logradas; un verdadero muro. La batería cruda y el sonido fuzz del bajo que los emparienta con el stoner, sin necesariamente unirse a sus filas. Musicalmente, hay tantos elementos fluyendo de manera tan natural que es una pérdida de tiempo detenerse en nombrar la larga lista de influencias que parecen salir a flote; simplemente estamos frente a una banda iconoclasta y desprejuiciada que se junta a tocar lo que sale. Como un ejercicio de flujo de conciencia, van presentándose sin compromisos los elementos de esta propuesta perturbadora, cuyo bajo perfil mediático los lleva a construir un reducto de ojos cerrados y oídos atentos. Música que no pretende decorar un ambiente, sino crear uno propio. Griz no funciona como música de fondo.


Critica de Luis Felipe Saavedra ( Tecladista The ganjas -Periodista - Real aristocrata )

Griz es una banda de pocas palabras. Casi no dan entrevistas, no hablan en sus conciertos, sus discos se ordenan con el genérico nombre de volúmenes (I, II y III) y si en su anterior trabajo se molestaban en enumerar los tracks, aunque estos no tuvieran títulos, en Volumen IV hasta ese mínimo gesto han borrado.
El trío formado por Roberto Oyarzún en guitarra, Cristián Vásquez en batería y el bajista Alejandro Stephens, que además de tocar en la banda anarcopunk Malgobierno ha tomado aquí el lugar del músico Jaime Martínez, entrega en Volumen IV una respuesta contundente pero breve a ese verdadero vómito de canciones que significó su anterior entrega. Entonces eran catorce temas y más de setenta minutos de duración. Hoy se han reducido a cinco temas en menos de media hora, pero confirman el discurso de crudeza, austeridad y potencia que comenzaron a registrar en 2000.
Lo que pasa al comienzo del disco no es que el reproductor esté fallando, sino que simplemente el fade in es tan lento que tarda casi tres minutos en llegar al nivel ideal. Las características armonías épicas y hasta melancólicas que diferencian a Griz de otras bandas instrumentales de rock o hardcore aquí encuentran su máxima expresión, pero tal sensación es algo que el trío no permite que permanezca, porque destruye con violencia y hasta saña lo construido al comenzar un ataque veloz y repetitivo, apto para agitar largas cabelleras. Los quiebres y unísonos son recurrentes, y el bajo de Stephens, a pesar de ser un recién llegado, lleva la contra a la guitarra en el segundo corte.
Aunque menos agresiva que la primera, esa canción no deja de lado el peso, que recae principalmente en la batería de Vásquez, una de las identidades más definidas de la banda. La tercera plantea tensiones en un ir y venir de estados de ánimo, como si hubiera sido escrita por un maniaco-depresivo que se toma todo el tiempo necesario en ambos polos. Insistente en algunas figuras y denso compositivamente, redondea porque acaba como comienza. El cuarto es singular: aquí el patrón rítmico es desigual, asociable a una zamba, pero del lado oscuro de la fuerza, donde la base logra una admirable unidad mientras la guitarra se mueve más holgada y sugiere melodías oscuras que le dan una gracia distinta. La batería bien arriba y el bombo nada grave persisten en la última pieza, rasgueada y con doble guitarra, bipolar como todo el disco, que termina sin grandilocuencias.
Con un notorio y necesario avance en el tratamiento visual y justo en su duración (más tiempo sería tortuoso), Volumen IV confirma que la música de Griz no es de fácil digestión. Es una comida pesada, pero que satisface, no solo por el poder que emana de sus canciones, ni por la sensación de "en vivo" que se acerca a lograr, sino por la consistencia que alcanza en un formato tan breve.